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James Bond es el personaje trágico del siglo XXI




Todos los hombres le gustan las películas de James Bond (aunque no lo admitan). Varias generaciones han crecido con uno de los personajes más icónicos de la historia del cine, el héroe clásico, el hombre solitario, adicto al riesgo, que sabe conducir, pilotar un avión y mezclar martinis, irresistible para las mujeres, siempre bien vestido. La ironía del tiempo siempre ha salvado a James Bond de ser un tipo perfecto que da grima. Cada época ha tenido su propio 007 y cada uno ha sido un reflejo de su tiempo: el bon vivant y un poco machista de Sean Connery en los 60; el pendenciero y materialista de Roger Moore de los 70 y los 80; el “duro” Timothy Dalton de finales de esa década y el refinado y un poco suave Pierce Brosnan de los 90, tiempo de “pax capitalista”.


Hasta llegar a Daniel Craig, el rubio de la saga, el hombre con la expresión de granito que ha protagonizado una revolución y nos preguntamos ¿quisiéramos realmente vivir la vida de james Bond?. Desde su aparición en Casino Royale (2006), hemos visto a un espía viril pero atormentado, a un solitario con tinturas existencialistas que habita a su en un mundo de traiciones y engaños, lleno de remordimientos e incapaz de perdonar aquellos que amándolo le traicionaron. No solo el propio personaje ha mutado para convertirse en un tipo más complicado, que además de seducir a las mujeres se enamora de ellas. Sin duda, gran parte del éxito de Bond reside en su capacidad para actualizarse a los nuevos tiempos, pero poco a poco el milenio desgraciadamente no genera hombres duros y estoicos como Bond.


Dos años después de aquella Casino Royale dirigida por Martin Campbell, un cineasta puro y duro, fue Christopher Nolan quien cambió quizá para siempre las superproducciones con El caballero oscuro (2008), donde Batman se convertía en un personaje de tragedia griega en una película que reflexionaba sobre el terrorismo y la moralidad, así como la necesidad de un héroe en un mundo que rápidamente perdía las esperanzas. Desde entonces, lo habitual es que Hollywood recurra a cineastas de prestigio en el cine dramático para humanizar en un mundo grande a sus héroes buscando mayor ambición a sus películas. A estas alturas, casi puede decirse que el único que sigue haciendo películas de espías de puro entretenimiento es Tom Cruise con Misión imposible.


Las películas de hoy aspiran a ser verdaderos peliculones que tratan asuntos graves de la vida. La muerte de Vesper Lynd al final de Casino Royale (2006) marcará el tono porque a partir de entonces Bond vivirá atormentándose por la tragedia y tomándose como algo personal su interminable batalla contra Spectre. Sin tiempo para morir comienza con el personaje visitando la tumba de su ex esposa, a la que sigue llorando, en un gesto muy humano dice que la extraña y la cámara marca su muerte acaecida 15 años antes ¿Qué vida hubieran tenido? Su nuevo amor se llama Madeleine Swann, quizá un juego de palabras “proustiano” al combinar su famosa madalena con el apellido de su más famoso personaje, interpretado por Léa Seydoux, a la que salvaba la vida en la penúltima cinta de la saga, Spectre (2015). Ella se convierte en la ultima esperanza de una vida ¨normal¨ para Bond.


Madeleine es una joven francesa con un pasado tempestuoso. La primera secuencia, una de las mejores de Sin tiempo para morir, se acerca al género de terror para contarnos el traumático asesinato de su madre por parte de un tipo enmascarado. Tras ese fulgurante arranque, la magnífica canción de Billie Eilish y los clásicos créditos “bondianos” -quizá solo La guerra de las galaxias tiene la misma capacidad de emocionar cuando escuchamos su melodía- sabemos que empieza la aventura y la adrenalina y los sentimientos se alteran porque Bond forma parte de la memoria sentimental de millones de espectadores.


Sam Mendes dejó una barra con sus dos películas sobre el personaje, Skyfall (2012) y Spectre (2015). Director forjado sobre las tablas y especialista en Shakespeare, Mendes profundizó en la dimensión trágica del personaje. En ambos filmes, casi se diría que Bond lucha contrasi mismo, contra su mito y leyenda, en una interrogación sobre la idea de la masculinidad y el heroísmo en el siglo XXI.

Sin tiempo para morir, con sus tres horas largas de duración, al mismo tiempo está más apegada al canon “bondiano” que las de Mendes pero también es más absolutamente trágica. Las escenas de acción son trepidantes y dejan sin aliento, ahí está esa persecución en un pueblo italiano, Matera, que termina con un coche-metralleta como en los buenos tiempos.


Cary Fukunaga, director que se forjó en el cine independiente con el éxito del drama migratorio Sin nombre (2009) y alcanzó la fama internacional con la serie True Detective, culmina el trabajo de Mendes en este broche de Craig, donde Bond se convierte en una especie de Cristo redentor de todos los pecados, en una secuencia extraordinaria en los últimos 10 minutos vemos a Daniel Craig correr por todas las emociones de un hombre estoico y motivado, pero de carne y hueso que no se ve a si mismo como un salvador, sino como aquel que tiene que ¨hacer¨ el trabajo.


Solo nos queda agradecerle su servicio, y servirnos un Martini.


Angel Lockward Cruz

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